Plus triste qu’un chapeau
Il boit d’énormes rires
Et mange des bravos
– Edith Piaf, Bravo pour le Clown
Más que una influencia, pues no soy actor, mi relación con Robin Williams fue una de autoidentificación. Pequeño, peludo y chistoso, Williams era el antihéroe perfecto, el opuesto ideal de los grandes, musculosos y lampiños héroes hollywoodenses de los años 80 y 90. Guardando las distancias, claro, pues soy menudo aunque en La Paz hasta parezco alto, peludo pero no tanto, y sólo puedo aspirar a tener el sentido del humor, el ingenio y sobre todo la velocidad de entrega de los chistes que tenía Robin Williams.
Pero Williams era mucho más que eso. Su versatilidad como actor era alucinante. Desde la inocencia del extraterrestre Mork o el Genio de la Lámpara hasta el grosero y ofensivo Robin Williams de su stand-up más famoso (“Weapons of Self-Destruction”), desde el tétrico fotógrafo hasta el adorable profesor universitario, desde el médico-payaso hasta el padre travesti, sus personajes, a veces hilarantes, a veces serios, pero siempre, siempre tiernos, (incluso los terroríficos) exigían una capacidad de cambiar de personalidad que sólo los genios como él son capaces de lograr.
Eso mismo fue, sin embargo, lo que lo llevó a la tumba. Como otros cómicos antes de él, la alegría y las risas que contagiaba eran un arma de defensa contra su permanente y terrible depresión, eran una máscara que ocultaba el proceso de autodestrucción que su comedia pedía a gritos ser vista, paradójicamente. Es, una vez más, la trágica historia del payaso de circo.
Nanu, nanu, querido Robin.
Esteban
Eliana Suarez
12/08/2014
Que lindo querido Esteban, realmente lo recordaremos con admiración
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