In memoriam: Roberto Gómez Bolaños

Posted on 29/11/2014

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chespiPocos nombres son más reconocidos a través de nacionalidades, edades, sexos y estratos sociales en toda Latinoamérica. Chespirito, apócope mexicanizado de “Shakespeare Chiquito”, apodo por el que Roberto Gómez Bolaños se hizo famoso, obtuvo el singular privilegio de ser tan conocido en la región como los dos grandes héroes latinoamericanos del Fútbol: Maradona y Pelé. Así de grande era.

Es físicamente imposible negar la influencia que tuvo este pequeño hombre mexicano en nuestras vidas. Aún si uno quiere dárselas de intelectual impermeable a la comedia ligera y políticamente correcta, tiene que admitir que Chespirito ha influenciado la lengua española tanto o más que los grandes autores literarios hispanoparlantes. Y es que el apodo le quedó mucho mejor de lo que su inventor pensaba. Así como Shakespeare inventó el inglés moderno, Chespirito reinventó el castellano latinoamericano. “Chanfle”, “se me chispoteó”, “fue sin querer queriendo”, “síganme los buenos”, “no hay de qué-so nomás de papa”, “la garrotera”, “la chiripiolca”, son, por supuesto, expresiones que todos hemos usado alguna vez en nuestro lenguaje coloquial a fuerza de repeticiones sistemáticas, diarias y que han perdurado invariables por más de 40 años. Algunas, incluso, encontraron su camino al Diccionario de la Real Academia Española.

Pero quizás el mayor logro de Chespirito fue crear historias intemporales y eternas. Lo extremadamente simple de los escenarios, el uso intensivo de plastoformo, la cuasi ausencia de efectos especiales – excepto los de sonido – o el uso, sólo y exclusivamente para el Chapulín Colorado, de algunos efectos muy adelantados a su tiempo, como el uso de la pantalla azul, que combinada con una actuación corporal brillante y un fabuloso trabajo de edición hacía muy creíbles las historias aún cuando el espectador sabía perfectamente que estaba siendo engañado, todo esto para complementar los guiones que hablaban siempre, inevitablemente, de temas eternos como la superación de la adversidad, el heroísmo entendido no como la fuerza superior sino todo lo contrario, la voluntad y la persistencia como virtudes invencibles… También, la solidaridad, la compasión, y algo demasiado Latinoamericano para ser realmente comprendido al otro lado del Río Grande, o del charco: Las capas sociales entre los menos privilegiados, desde el niño que no tiene nada de nada hasta el “rico” propietario de una pequeña vecindad en un barrio popular de México, cuyos “lujos” consisten en vivir de la renta (que Don Ramón jamás paga) y haber podido después de años comprarse un modesto VW Brasilia. Nada como la cultura de la pobreza a flor de piel para que 90% de los Latinoamericanos se sientan identificados por el Chavo del Ocho.

Es cierto, Chespirito nunca exploró las profundidades de la naturaleza humana, ni cuestionó régimen político alguno, ni interpeló absolutamente a nadie. Tal vez por eso mismo, sus programas, tontos, llenos de humor físico y con esas irritantes risas enlatadas, son eternos y funcionan tan bien hoy como funcionaban en plena era de las dictaduras militares. Roberto Gómez Bolaños logró la inmortalidad mucho antes de que ayer su cuerpo dejara de funcionar. Y eso es algo que solo muy pocos logran.

Esteban

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